Ziygmunt Bauman,
premio Príncipe de Asturias de Comunicación y
Humanidades 2010 (junto a Alain Touraine), nació
en 1925 en Poznan, Polonia. Sociólogo, filósofo y
ensayista, su investigación, entre otras cosas
enfocada en la modernidad, le ha llevado a definir
la forma habitual de vivir en nuestras sociedades
modernas contemporáneas como “la vida líquida”.
Una vida caracterizada por no mantener un rumbo
determinado, pues al ser líquida no mantiene mucho
tiempo la misma forma. Y ello hace que nuestras
vidas se definan por la precariedad y la
incertidumbre. Así, nuestra principal preocupación
es no perder el tren de la actualización ante los
rápidos cambios que se producen en nuestro
alrededor y no quedar aparcados por obsoletos.
En su libro La vida líquida, el diagnóstico sobre
la sociedad de consumo en la que vivimos es
demoledor por certero y al mismo tiempo
conmovedor.
Escribiendo este artículo no puedo dejar de pensar
en el mito de la caverna de Platón, y no puedo
sacarme de la cabeza un precioso dibujo que Sonja,
una compañera de voluntariado, dibujó hace unos
años sobre el mismo.
La caverna de Platón no ha dejado de retumbar en
mi cabeza, y ese retumbar me provocaba angustia. Y
es que, quizás, me he visto más encadenada de lo
que pensaba. Soy consciente de la perversidad del
sistema consumista en el que vivimos y de sus
maquiavélicos mecanismos, pero también sé que soy
yo, somos nosotros, los que tenemos las llaves de
muchas de las cadenas que nos atan.
¿Pensamos, decimos y actuamos al unísono? ¿Nos
conocemos realmente a nosotros mismos? ¿Vivimos
realmente lo que queremos vivir? ¿Luchamos por
nuestros sueños? ¿Somos conscientes de que
formamos parte de una gran familia llamada
Humanidad?
Quizás la falta de respuestas a estas preguntas es
lo que nos hace navegar sin rumbo por la vida.
Vivir, como dijo en su discurso de recogida del
Premio Príncipe de Asturias Zygmunt Bauman, (…) en
un mundo donde la única certeza es la certeza de
la incertidumbre, en el que estamos destinados a
intentar, una y otra vez y siempre de forma
inconclusa, comprendernos a nosotros mismos y a
los demás, destinados a comunicar, con y para el
otro”.
En La vida líquida, Bauman nos ayuda a identificar
los velos que ocultan el mundo que habitamos y que
intentamos comprender. Y estos velos no dejan de
ser las sombras y los ecos de los gritos que los
encadenados de la caverna ven y escuchan
reflejados en la pared creyendo que son la
realidad y que nada pueden hacer; y los
espectadores siguen sentados sin saber que esos
velos, esas sombras, esos ecos no son la realidad
sino distorsiones de la misma. Imágenes y ruidos
reproducidos a conciencia que los mantienen cara
la pared.
Es cuestión de encontrar el coraje para darse la
vuelta y poder comprobar que esas formas grotescas
no son más que deformaciones, y ver la luz clara
que proviene de fuera, que nos indica la dirección
de la verdadera realidad.
La sociedad líquida produce triunfadores
egoistas
Zygmunt
Bauman define la sociedad moderna líquida como
aquella sociedad donde las condiciones de
actuación de sus miembros cambian antes de que las
formas puedan consolidarse en unos hábitos y en
una rutina determinada. Esto, evidentemente, tiene
sus consecuencias sobre los individuos porque los
logros individuales no pueden solidificarse en
algo duradero, los activos se convierten en
pasivos, las capacidades en discapacidades en un
abrir y cerrar de ojos.
Por tanto, los triunfadores en esta sociedad son
las personas ágiles, ligeras y volátiles como el
comercio y las finanzas. Personas hedonistas y
egoístas, que ven la novedad como una buena
noticia, la precariedad como un valor, la
inestabilidad como un ímpetu y lo híbrido como una
riqueza.
El nuevo modelo de héroe es el triunfador que
aspira a la fama, al poder y al dinero…, por
encima de todo, sin importarle a quién se lleva
por delante.
Esto coincide con la definición de “hombre light”
de Enrique Rojas, definido con cuatro
características: hedonismo, entronización del
placer; consumismo, acumulación de bienes: se es
por lo que se tiene y no por lo que se es;
permisividad, todo vale; y por último,
relativismo, donde nada es bueno ni malo y en
última instancia todo depende del pensamiento de
cada uno.
La sociedad moderna líquida orquestada por
el consumo
La vida líquida asigna al mundo y a las cosas,
animales y personas la categoría de objetos de
consumo, objetos que pierden su utilidad en el
mismo momento de ser usados. Los objetos de
consumo tienen una esperanza limitada y, cuando
sobrepasan este límite, dejan de ser aptos para el
consumo, se convierten en objetos inútiles. Las
personas, también somos objetos de consumo:
pensemos en el trato que nuestra sociedad da a
nuestros mayores o en las industrias del sexo. En
una sociedad así la lealtad y el compromiso son
motivo de vergüenza más que de orgullo porque son
valores duraderos.
En un mundo de carácter empresarial y práctico
como el que vivimos (un mundo que busca el
beneficio inmediato), todo aquello que no pueda
demostrar su valor con cifras es muy arriesgado.
Por tanto, materias de estudio como la historia,
la música, la filosofía…, que contribuyen al
desarrollo del ser humano, más que una ventaja
social, política o económica son un peligro.
Porque el ser humano ha dejado de tener valor
“humano” para pasar a ser un simple objeto de
producción o consumo.
Individuo asediado, planeta asediado
¿Cómo es el individuo que vive en esta sociedad de
vida líquida? Zygmunt Bauman nos dice que es un
individuo asediado. Porque busca su
individualidad, singularidad y aquí viene la gran
contradicción.
La individualidad sería la autenticidad, como ser
fiel a uno mismo, ser el yo real. Pero ya hemos
visto que para la sociedad moderna líquida la
fidelidad no es un valor sino todo lo contrario.
Entonces, ¿qué es la autenticidad que busca este
individuo asediado?
La autenticidad, la individualidad, la
singularidad en una sociedad moderna líquida es
ser como todos los del grupo, ¡una auténtica y
gran contradicción! Es decir, los individuos han
de ser asombrosamente parecidos, deben seguir una
misma estrategia vital y usar señas compartidas,
reconocibles e inteligibles por el resto del grupo
(las marcas de consumo, el comportamiento, las
modas, el gusto por el arte…).
La sociedad obliga a ser únicos, pero ella misma
da las pautas para conseguirlo. Para satisfacer
esa necesidad de individualidad, nada de buscar en
nuestro interior: la autenticidad se encuentra
bebiendo un determinado producto, llevando una
marca de ropa interior, hablando con un
determinado móvil, conduciendo un determinado
coche… Todos llevan o quieren llevar las mismas
marcas, van o quieren ir de vacaciones a los
sitios que se han puesto de moda, leen los mismos
best sellers… y todos se creen singulares.
¡Increíble!
Como dice Bauman, la lucha por la singularidad se
ha convertido en el principal motor, tanto de la
producción en masa como del consumo en masa. Todos
son singulares utilizando las mismas marcas y
aparatos, y serán más o menos singulares
dependiendo de la capacidad de compra y
actualización de los objetos, y ésto,
evidentemente, requiere dinero.
La búsqueda de esta singularidad se ha convertido
en una carrera de consumo donde hay unos pocos
ganadores y muchos perdedores. Esto ha provocado
la consiguiente polarización no tan solo de las
sociedades, sino del planeta. Como nos dicen los
últimos informes sobre el déficit ecológico (cifra
que se calcula comparando lo que un ciudadano
consume con la capacidad de producción y
regeneración de los recursos naturales de su país,
que incluyen terrenos agrícolas, pastos, bosques,
costas, etc.), el déficit ecológico planetario en
el año 2010 supuso que el 22 de agosto, la
humanidad empezáramos a consumir lo que ya
correspondía al 2011; en España, el 20 de abril de
este año 2011 empezamos a consumir lo que
corresponde al 2012.
Está claro que cuánto más grande es la calidad de
vida de una ciudad mayor es su huella ecológica.
Por tanto, la singularidad es realmente un
privilegio, tanto en lo que se refiere a
individuos como a sociedades, a nivel planetario.
A este individuo asediado Bauman lo define como
homo eligens, hombre elector (que no hemos de
confundir con el ser humano que realmente elige).
El homo eligens es un yo permanentemente
impermanente, completamente incompleto,
definidamente indefinido, auténticamente
inauténtico.
El homo eligens y el mercado de consumo conviven
en perfecta simbiosis. El mercado no sobreviviría
si el homo eligens o consumidor no se apegara a
las cosas.
Los directores de la orquesta: engaño,
exceso y desperdicio
Bauman
nos dice que esta sociedad de consumo justifica su
existencia con la promesa de satisfacer los deseos
humanos (remarco: materiales) como ninguna otra
sociedad lo ha hecho, aunque esta promesa de
satisfacción solo resulta atractiva siempre y
cuando los deseos no sean del todo satisfechos.
Por tanto, la realidad es que la no satisfacción
es el motor de la economía. La sociedad de consumo
consigue esta permanente insatisfacción por dos
vías:
1) Denigrar y devaluar los productos al poco
tiempo de haber salido, sacando otros nuevos;
2) Satisfacer cada necesidad o carencia de tal
forma que dé pie a nuevas necesidades o carencias.
Para mantener las expectativas vivas y para que
las nuevas esperanzas ocupen rápidamente el vacío
dejado por las obsoletas, la distancia entre la
tienda y el cubo de la basura tiene que ser muy
corta y la transición muy rápida.
El consumismo es una economía de engaño, exceso y
desperdicio. Pero, al mismo tiempo, son el engaño,
el exceso y el desperdicio los que garantizan el
funcionamiento de la sociedad. La historia avanza
hoy como una fábrica de residuos.
Una sociedad de consumidores no es solo la suma de
individuos consumistas. Es una totalidad, se trata
de un auténtico síndrome: un cúmulo de actitudes y
estrategias, disposiciones cognitivas, juicios y
prejuicios de valor, supuestos explícitos y
tácitos sobre el funcionamiento del mundo y cómo
desarrollarse en él, imágenes de felicidad y cómo
alcanzarla.
La extensión de pautas de consumo es de tal
amplitud que abarca todos los aspectos y las
actividades de la vida. Esto produce un efecto
secundario, quizás involuntario: la penetrante
mercantilización de los procesos vitales. El
mercado se ha introducido en áreas de la vida que
se habían mantenido fuera de los intercambios
monetarios. La educación, la cultura, todo está
supeditado a unas cifras económicas que hacen que
un objeto o servicio, independientemente de su
calidad, sea exitoso o no. Porque el éxito, la
mayoría de veces, no depende de la calidad sino de
la campaña de marketing que tenga detrás. Incluso
en nuestras relaciones humanas nos tratamos como
objetos de consumo o producción.
Bauman explica que el consumo sería una versión
moderna del sueño del rey Midas, hecho realidad en
el siglo XXI. Todo lo que el mercado toca se
convierte en un artículo de consumo, incluso las
cosas que tratan de escapar a su control.
Pensar en tiempos oscuros
Zygmunt Bauman alerta de que las dos acusaciones
que lanzó Karl Marx contra el capitalismo, su
carácter derrochador y su iniquidad moral, siguen
totalmente vigentes. Lo único que ha cambiado es
el alcance del derroche y de la injusticia: ambos
han adquirido dimensiones planetarias.
La era del Primer, Segundo y Tercer Mundo ha
llegado a su fin para dejar paso a la era de la
Globalización.
Para la mayor parte de habitantes del planeta la
globalización ha supuesto un deterioro de sus
condiciones de vida. Esto, hace años, era muy
patente en el Tercer Mundo, donde la crisis
alimentaría es endémica desde hace décadas. Ahora,
con la crisis económica que estamos sufriendo, el
deterioro de las condiciones de vida ha llegado
también al Primer Mundo. Y es que la globalización
ha sido eminentemente empresarial.
Bauman considera que los problemas y sufrimientos
de nuestros días tienen raíces planetarias y, por
tanto, requieren soluciones globales. Todos los
que compartimos el planeta dependemos unos de
otros para nuestro presente y nuestro futuro.
En lugar de aspirar a limitar los daños locales y
la obtención máxima de beneficios, hay que buscar
un nuevo escenario global donde las iniciativas
económicas dejen de estar guiadas por los
beneficios monetarios sin prestar atención a los
efectos secundarios.
El ocaso de los valores
Queda bastante claro que la vida líquida no da
cabida a la realización espiritual de la mujer o
del hombre, y que los valores que propugna, si los
podemos llamar valores, son de una altísima
volatilidad y relativismo; y del relativismo,
donde nada es absoluto, donde nada es malo ni
bueno, de esta tolerancia interminable nace la
indiferencia pura.
La pérdida de referentes claros y fuertes nos hace
caminar a ciegas. Vivimos en el ocaso de los
valores humanos y esto es realmente un drama para
todos los seres humanos.
La sociedad moderna líquida es artificial, poco
tiene de humana porque precisamente no se sustenta
los valores humanos atemporales, sino en los
materiales. Nos hace creer que nos lo dá todo a
cambio de nada, cosa que no es cierta,. El precio
que se paga por ello es convertirse en ese humano
asediado o ese hombre “Light” que simplemente
escoge egoístamente lo que más le conviene o gusta
en cada momento. Poco a poco la caverna va
apagando su lucecita humana, al tiempo que lo
encadena más y más.
Este homo eligens está a años luz de la vía del
desapego que nos libera del dolor, según nos
transmiten las enseñanzas budistas, y del ser
humano realmente libre que se compromete por
voluntad propia; porque el homo eligens de la
sociedad moderna líquida es esclavo de sus
pasiones y gustos subjetivos, que lo imposibilitan
para comprometerse con nada y con nadie.
Pero la vida tiene un sentido que va más allá del
plano meramente objetivo que vamos viviendo y
consiguiendo. Y el ser humano es algo más que un
cuerpo que produce y consume, que tiene todo,
pero nunca acaba de estar satisfecho.
Bauman aclara que esta insatisfacción forma parte
del mecanismo, pero esto no es mérito de la
maquinaria de la sociedad de consumo porque al ser
humano los objetos materiales nunca lo podrán
satisfacer del todo, porque no vienen de nuestro
interior. Recordemos la vieja leyenda hindú:
Brahma, enfadado por el comportamiento de los
seres humanos, escondió la felicidad en los
corazones de los hombres y las mujeres, consciente
de que les costaría mucho encontrarla; pero
también, consciente de que así siempre la
llevarían con ellos.
Hoy parece que las cosas están del revés y cuesta
un poco ser optimistas. La actual crisis económica
está haciendo aflorar conductas egoístas y
mezquinas a nivel de Gobiernos e individuos.
Nosotros apoyamos la idea de asumir
responsabilidades y de encontrar soluciones
planetarias para unos problemas que son globales.
También se está encendiendo muchas lucecitas en
los corazones de la gente, que se traducen en
solidaridad, generosidad, entusiasmo, coraje,
valor, porque hay muchos Quijotes que están
rasgando los velos de esta vida líquida intentando
solidificarla, trabajando por cambiar la actitud
cavernícola de tener por la humana de ser.
Sí, es cierto que vivimos en el ocaso de los
valores humanos, pero detrás de cada ocaso viene
una nueva salida del sol, una regeneración. Y
únicamente depende de nosotros que los valores
humanos vuelvan a brillar y guiar el rumbo de
nuestras vidas.
